viernes, 11 de abril de 2014

UTRERA MEDIEVAL Y CASTILLO. PARTE II

Por Antonio Jesús Hormigo Aguilar y Pedro Pérez Quesada

Destrucción y construcción de Utrera

Terminada la Guerra del Estrecho, el castillo de Utrera y su villa se encontraban en una situación de relativa tranquilidad. Ésta se vió alterada a partir de la guerra entre el rey Pedro I el Cruel y su hermano, el futuro Enrique II, cuya consecuencia sería la destrucción de Utrera en 1368 y su despoblación durante algunos años. Caro relata los hechos de tal modo: “Estaba dividida Castilla por D. Enrique, y toda Andalucía por D. Pedro, salvo la ciudad de Córdoba… D. Pedro invocó al rey moro de Granada, llamado Mahomad.” 
Con motivo de ello, fue sitiada Córdoba por las tropas granadinas y petristas, que fueron rechazadas por los cordobeses. Con la retirada de los granadinos, los nazaritas tomarían Jaen, Priego, Iznájar, Osuna o Úbeda, penetrando posteriormente hasta Utrera, “cuyos vecinos, viendo tan gran multitud sobre sí no desmayaron, determinando antes morir que rendirse… Comenzaron los moros a dar asalto a los muros por muchas partes. Los cristianos, siendo tan desiguales en número, se defendían cuanto les era posible; más al fin, siendo los muros flacos, fue entrada la villa.” Caro continúa relatando sobre algunas calles en las que se darían batalla y detallando el número total de cautivos utreranos (en cuanto a la veracidad de todo lo contado por Caro se pueden plantear muchas dudas, pues señala calles que se suponen no existirían  hasta la reconstrucción de Utrera y la cantidad total de cautivos -11000- es, sin duda, desorbitada). Caro señala que “la torre mayor del castillo está por arriba en la parte mayor que sale a la plaza mayor del castillo, reparada de obra distinta de la que tiene por otras partes y por la misma orden se echa de ver en otras torres y murallas”. Todo esto podría entrar en una doble contradicción: 1) se conocen dos asedios posteriores (como se menciónará posteriormente) a fines del siglo XIV y fines del siglo XV como frutos de las luchas nobiliarias acaecidas en la Baja Andalucía, lo cual podría explicar de forma más creíble el hecho de que la torre presente en un pequeño sector una fábrica distinta de la original (como se ve en la actualidad). 2) Como señala Collantes de Terán (Los castillos del Reino de Sevilla, 1953), Ortiz de Zúñiga afirma que la villa de Utrera sería repoblada “en mejor sitio –tras la destrucción de 1368- algo distante del que antes ocupaba y para que mejor se llenase de nueva vecindad le concedió Sevilla, como su dueño, algunas franquezas y exenciones por provisión de 12 de junio de este año de 1398 que está el original en el archivo de esta ciudad”.  Zúñiga continúa diciendo que por entonces fabricaba Sevilla el nuevo castillo de Utrera, siendo su primer alcaide el veinticuatro Pedro Rodríguez de Esquivel. Esta contradicción la explica el que fuera Cronista Oficial de Utrera, Manuel Morales, atribuyendo las nuevas construcciones a la nueva cerca que ocuparía – aparte de la loma donde se sitúa el castillo y la primera villa, con la parroquia de Santiago – las lomas situadas al sur y sudeste del Castillo. En lo que los historiadores clásicos y actuales no parecen tener dudas es en la concesión por parte de Enrique II de la exención de tributos a los pobladores de Utrera (“de veintena y todo género de monedas y pedidos en todos sus reinos y señoríos, de todo lo que los vecinos de ella comprasen o vendiesen o llevasen por todos ellos”). Este privilegio sería ratificado por los distintos reyes hasta Felipe II, conservándose el que firmaran los Reyes Católicos en el Archivo Municipal de Utrera (donado por la familia Montoto).

Recapitulando, se puede pensar en lo siguiente:

1)   Si nos atenemos a la existencia en el año 1331 de la protoparroquia de Santiago (que sería reconstruida tras su destrucción en estilo gótico durante la primera mitad del siglo XV), junto al castillo, no debe existir dudas sobre la presencia de la villa de Utrera en tiempos de Alfonso XI en el entorno del lugar donde se encuentra actualmente el castillo.

2)     Utrera sería devastada por las hordas de Muhammad V en 1368, tras la guerra entre Pedro I (con apoyo del rey de Granada) y Enrique II.

3)    Utrera se despoblaría y se beneficiaría de las mercedes enriqueñas y de la labor del Concejo de Sevilla, que reconstruye la villa y edifica una nueva cerca de mayores dimensiones.

4)   La mayor parte de la poliorcética que vería Rodrigo Caro se debe fechar a fines del siglo XIV y principios del siglo XV, producto de las distintas obras efectuadas en la villa que se observan en los Papeles del Mayordomazgo del Archivo Municipal de Sevilla.

5)  Toda esta circunstancia vino acompañada de un crecimiento exponencial de la villa, tanto en extensión como en población, al hilo de los privilegios tributarios con que se beneficiaría.


La nueva cerca también fue descrita por el Plan Especial, a partir de la topografía, las evidencias edilicias que permanecen hoy y, sobre todo, el plano existente en la Iglesia de Santa María fechado en 1767 (“Plan de la Villa de Utrera dentro de las murallas”, dibujado para dirimir el pleito entre las parroquias de Santiago y Santa María, por cuestiones de antigüedad y prevalencia) en el que se observan los edificios civiles y religiosos y la situación de la muralla en el siglo XVIII. Esta muralla debió coincidir  con la construida a fines del siglo XIV y principios del XV, puesto que la necesidad defensiva respecto al Reino de Granada desaparece en 1492, así como se conoce de la inexistencia de expedientes de amurallamientos en la Edad Moderna. La hipótesis presentada en el Plan Especial recoge una cerca de unas 18 hectáreas y la situaría en torno a las medianeras traseras de las calles Cristo de los Afligidos, Roncesvalles, Álvarez Hazaña, Plaza del Altozano y Plaza de la Constitución, adosándose al castillo por los costados norte y oeste. Unos años antes de la confección de este plano, Juan Boza (Chorographia de Utrera, Sus Grandezas y Proesas Gloriosas de sus hijos, 1752), describe la muralla de Utrera de la siguiente manera: “su sitio es en dos cerros, que blandamente se levantan circunvalados de 34 torres en las murallas, que la defendían con la gran fortaleza de su castillo, plaza de Armas, y baluartes, aunque maltratados de la injuria del tiempo, el que era inaccesible por lo profundo del foso causado del arroyo, que por su ruedo pasa. Las murallas, en ella permanecen tres puertas, y tienen de circunferencia 1400 passos…”.


En el citado plano se representa el castillo  y el recinto amurallado con 38 torres y cuatro puertas: Puerta de Sevilla al Norte, Puerta de la Villa al Sur (arco apuntado que se mantiene conservada bajo la denominación de “Arco de la Villa”), Puerta de San Juan al Este y Puerta de Jerez al Oeste. Posteriormente, a fines del siglo XV o principios del siglo XVI se abriría el portillo del Niño Perdido, arco conopial de estilo Reyes Católicos.


En cuanto a las torres, de las 38 originales tan sólo  se conservan las siguientes: - Dos torres en calle Resolana 4 y 18 (Torre de Los Álamos) - Una torre en calle Roncesvalles  (C/ San Fernando 35) - Una torre en Álvarez Hazañas 22  - Una torre en la plaza del Altozano 20, junto al arco del Niño Perdido - Una torre en el límite entre la plaza del Altozano y la Plaza de la Constitución, en la parcela del Hospital de la Resurrección.





Durante la redacción del Plan Especial se pudieron constatar varias características acerca de la muralla de Utrera que sintetizamos de la siguiente forma:

1)    La absorción de los muros defensivos en la Edad Moderna no permite aproximar su trazado. La perpetuación de la muralla entre medianeras y su carácter lineal ha permitido rastrearla en algunos tramos como fondo de solares y límites de formalizaciones parcelarias.
2)     Se aprecia una separación constante entre la línea de muralla y las torres. Éstas se ajustan al tipo de “torres albarranas de flanqueo en batería”. Albarranas por estar adelantadas a la línea de la cerca; de flanqueo por ser esa su función enriqueciendo la capacidad defensiva en asedio y en batería, por tratarse de una solución seriada y no puntual o aislada. Este conjunto de torres adelanta el flanqueo hasta 25 metros debiendo estar aquellas unidas al lienzo mediante cortinas exteriores transversales sobre arco a modo de corachas. También se apunta que este tipo de fortaleza no es muy usual aunque existe de forma recurrente en la provincia de Toledo.
3)    La puerta de la Villa, de vano central de acceso directo entre torres, muestra una posición retrasada mediante solución en embudo con dos torres de flanqueo próximas a ambos lados conservadas en C/ Resolana 4 (ésta vaciada en su interior habiendo sido habilitada como restaurante) y en la fachada hacia C/ Roncesvalles de C/ San Fernando 35 generando un modelo defensivo bastante sofisticado.
4)      Adaptación topográfica y destrucción. El recorrido del segundo recinto demuestra una adaptación bastante acusada a la topografía resultando con ello un recinto con superficie deudora más de los aspectos defensivos que de las necesidades derivadas del tamaño de una población. Se observan desajustes de nivel de varios metros por donde se supone con acierto que debe discurrir la cerca urbana. El amurallamiento supone la erección de las cortinas sobre el escarpe reforzando con ello el desajuste topográfico. Adelantadas y a cotas más bajas dispondría de las torres de flanqueo ya comentadas. Hoy día, sin embargo, no se distinguen con facilidad tramos de este muro que debería emerger en algún punto. Las observaciones in situ permiten suponer que ha debido existir una destrucción de los lienzos con posterioridad a su absorción por el caserío, cuyo alcance no podemos evaluar a la altura de la investigación.

 Con todo ello, parece que durante el último tercio del siglo XIV se procedería a la construcción de nueva planta de la mayor parte de la villa, asimilando la primera cerca. Martínez de Aguirre (Notas sobre las empresas constructivas y artísticas del Concejo de Sevilla en la Baja Edad Media, 1991) señala que desde 1384 tuvieron lugar numerosas obras ejecutadas por el Concejo de Sevilla, tratándose de revisiones generalizadas debidas a la amenaza de ataques externos. En el caso del castillo de Utrera, se conoce un gasto de 167435 maravedís en las obras de reconstrucción y reforma desde 1385 hasta 1430. Estas obras fueron sufragadas por lo general por el Concejo (caso de los 117609 maravedís empleados en el castillo y muros de Utrera entre 1414 y 1419), por el mismo alcaide (con el dinero de la tenencia del castillo se realizaron obras en 1420) o por el Rey (asignación de 3000 maravedís anuales hasta al menos 1422). No obstante, Martínez de Aguirre indica que en ocasiones, este dinero no se habría aplicado correctamente. En el caso de los 117000 maravedís aplicados por el Concejo de Sevilla a partir de la renta del tablero de Utrera entre 1414 y 1419, se conoce la visita de un veinticuatro de Sevilla a Utrera para revisar cuentas y pedir responsabilidades al no haberse realizado torres y muros aún en 1421. Según indica Martínez de Aguirre, esta situación se habría repetido unos nueve años antes (Papeles del Mayordomazgo del siglo XV, 1421 y 1422). Collantes de Terán (Los Castillos del Reino de Sevilla, 1953) se refiere a la documentación existente relativa a labores realizadas en el Castillo de Utrera en el siglo XV. Señala obras de albañilería, carpintería, colocación de puertas de hierro y edificación de los palacios de la fortaleza hacia 1405 y 1406 (Papeles del Mayordomazgo, 1405, 1406) y obras de reparación en la fortaleza en 1420 y 1422 (Papeles del Mayordomazgo, 1420, 1422). También apunta la concesión de 3000 maravedís anuales al alcaide del castillo de Utrera para que los gastase en las obras de sus muros y torres y 2000 maravedís más para su sueldo en 1444 (Papeles del Mayordomazgo, 1444). En relación al concepto de “Los Palacios”, señalar que Raul Romero Medina (Estudio Histórico-Artístico del Castillo de San Marcos de El Puerto de Santa María, 2005) considera que en la documentación medieval debe interpretarse como un complejo arquitectónico configurado por distintas estancias o salones, como serían los palacios del Rey del castillo de El Puerto  (El DRAE recoge la siguiente acepción: “En el antiguo Reino de Toledo y en Andalucía, sala principal de una casa particular”).

Caro  novela un suceso que acaecería en 1392, con motivo de las disputas señoriales que se extendieron durante los siglos XIV y XV. Caro lo redacta así: “Por los años de 1392 reinaba en Castilla D. Enrique III, llamado el Enfermo. Habia quedado el Rey muy pequeño, y el reino, debajo de tutor y gobernantes, ardia en discordias civiles. Era á la sazon almirante de la mar D. Álvar Perez de Guzman, y D. Diego Hurtado de Mendoza pretendió quitarle este encargo por tener como tenía mucha amistad y cabida con el mozo rey. El conde de Niebla pospuesto el deudo que tenía á Alvár Perez, favorecía á D. Diego Hurtado. El expelido de la dignidad se juntó con D. Pedro Ponce, señor de Marchena, y entrámbos se apoderaron de Sevilla y echaron de ella á todos los allegados y amigos del conde de Niebla, y hicieron otros mayores daños. Estaba Utrera inclinada al Conde. Los dos enemigos suyos lo eran de todos lo que sentían tener esta afición, demás de que los habían sido echados de Sevilla mucha parte se había recogido en Utrera. Con esta ocasión Alvár Perez y D. Pedro Ponce vinieron á ella con sus amigos y gentes; hicieron frente los vecinos y los amigos del Conde, y habiendo tenido muchos debates y sucedido muchas muertes de entrámbas partes, sucedió lo mismo aquí que en Sevilla, que los amigos del Conde llevaron la peor parte y fueron echados de Utrera; la cual de todo esto el provecho que sacó fue que quemaron muchas casas, y entre ellas las del Cabildo, en cuyos archivos consumió el fuego todos los títulos de sus posesiones y los privilegios que tenia por merced de los reyes, y otras provisiones de mucho favor y merced, del cual daño resultaron otros muy grandes. Los vecinos, viéndose perseguidos por una parte de los moros, por otra de los cristianos, perdidos sus privilegios y muy á pique de suceder los mismo por su hacienda, desamparaban el lugar y se iban á vivir a otras partes. Para evitar este daño, se juntaron á cabildo los regidores y alcaldes, y de él salió acordado enviar á suplicar á la ciudad les concediese los privilegios que tenían, pues era notorio y les constaba que en los debates de los Guzmanes y Ponces los habían perdido: alegaban para inclinar á la ciudad muchas cosas. Para dar estas cartas enviaron pos sus mandaderos á Juan Lopez, alcalde, y á Alfonso Castillo, escribano de Cabildo. La ciudad, viendo la justa petición de la villa, y atendiendo á cuánta defensa era de la ciudad estar este lugar proveido e gente, le libró su carta de privilegio, en que le concedia lo mismo que los reyes le tenían ántes concedido. La data de este privilegio fue en 11 dias del mes de Julio de 1398, y con éste se sosegaron los vecinos.” De esto último se colige que el Concejo de Sevilla ratifica los privilegios concedidos por Enrique II. Sevilla tenía a la villa de Utrera como lugar clave en la defensa de la frontera, y no permitiría su despoblamiento.

A pesar de los capítulos sucedidos en 1368 y 1392, en 1393 ya debió haber cierto orden administrativo en Utrera puesto que "se recibieron órdenes del Concejo de Sevilla de situar guardas, de a pie y a caballo en los lugares acostumbrados porque se habían tenido noticias fidedignas de que los fronteros de Ronda se estaban juntando para correr tierra de cristianos", según se recoge en los Papeles del Mayordomazgo de 1404 (Rojas Gabriel, La Banda Morisca durante el reinado de Enrique III, 1994), en pleno momento de tregua entre castellanos y granadinos. Al año siguiente, con motivo de la colocación en la Frontera de tropas de Muhammad VII, se conoce que Alvar Pérez de Guzmán fue a Utrera con cincuenta lanceros y veintiséis jinetes. Estas disposiciones fueron frecuentes durante todo el reinado de Enrique III, sobre todo por la proliferación de los pillajes, el robo y la depredación. Rojas Gabriel señala que en 1403 el Concejo de Sevilla ordenó volver a poner guardas de a pié y a de a caballo en Utrera, así como poner a buen recaudo la gente y el ganado que estaba en el campo. Del mismo modo, se permitió a los ganados de los habitantes de Utrera pastar en las dehesas de La campiña, en todos los lugares en que solían hacerlo en tiempos pasados. Por aquellas fechas, era alcaide del castillo Fernán Arias de Saavedra, vasallo del rey, que recibió 2000 maravedís del Concejo de Sevilla para la defensa de la villa. Este alcaide participaría en el éxito obtenido por los castellanos sobre una algarada sucedida en 1405 en Morón. Rojas Gabriel señala otras aportaciones de dinero desde Sevilla para la colocación de guardas: - 1000 maravedís para Diego Alonso de Montes de Oca, escribano público, y a Pedro Sánchez, en 1405. – 5000 maravedís a Alonso Fernández, escribano público de Utrera, en 1405. – 7950 maravedís a Fernán Alonso, escribano público de Utrera, para que pagase sueldo de quince días a 51 hombres que debían estar como escuchas y atalayas, en 1406.

Mención especial se ha de hacer a la tenencia del castillo. El alcaide, dice Caro, era el que tenía en los negocios de guerra la suprema potestad, ordenando lo que había de hacer, convocando a la población y visitando torres y puertas. Los alcaides eran nombrado por Sevilla, puestos que la villa de Utrera estaba bajo su jurisdicción. Formaban parte del gobierno de Sevilla como caballeros veinticuatro.  Caro indica que estos alcaides podían colocar a algún asistente o lugarteniente en los castillos. Collantes de Terán los enumera en el intervalo 1398-1479: 1398, Pedro Rodríguez de Esquivel, 24 de Sevilla; 1403, Fernán Arias de Saavedra; 1405, Fernán González del Algaba; 1406, Pedro Suárez Gallinato; 1408, Alfonso Fernández de Mendoza; 1409, Alvar Rodríguez de Abreu; 1412, Juan Sánchez de Tarancón; 1414, Fernando Ortiz; 1415, Pero González; 1419, Diego de Medina; 1420, Guillén de las Casas; 1422 a 1430, Juan Fernández del Marmolejo; 1446 a 1459, Pedro Fernández del Marmolejo; 1479, Gómez Méndez de Sotomayor, por su hermano P. Vaca.

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