Conquista y repoblación
Hacia 1240, Fernando III inicia la ocupación militar del Valle del
Guadalquivir y su campiña. La mayor
parte de las poblaciones islámicas residentes en esta zona no opuso
resistencia, rindiéndose a partir de pactos y “pleitesías” (La Campiña
Sevillana y la Frontera de Granada, García Fernández, 2005). Así, entre
1240 y 1243 pasaron a poder cristianos Écija, Marchena, Osuna, Estepa, Lora del
Río, Cazalla, Cote y Morón de la Frontera.
Estos pactos permitieron la continuidad demográfica en este entorno, aunque sometidos fiscal y militarmente al reino de Castilla. En 1247 cae Carmona y al año siguiente Sevilla. García Fernández señala el sometimiento nominal de la zona del Guadalete, con amplias autonomías de los musulmanes residentes en Jerez y Arcos de la Frontera. Son conocidas las capitulaciones y el asedio de la ciudad de Sevilla, que motivó la expulsión de buena parte de la población hacia el sudeste, el Norte de África o el recién creado reino de Granada. En cuanto a la conquista del entorno de Utrera, se especula con la presencia cristiana en fechas similares a la toma de Cote, Morón de la Frontera o Marchena, situados en los límites del iqlim de Al-Fahs, con cabecera en Facialcazar. En cualquier caso, el topónimo Utrera no aparece hasta 1253, fecha en la que tiene lugar el repartimiento de la campiña de Sevilla entre cortesanos y miembros del séquito real. En cuanto a la población mudéjar, como hemos mencionado, permanecen en sus alquerías y lugares, sometidos al vasallaje castellano. Los autores utreranos clásicos redundan en lo ya mencionado, esto es: Utrera (en este caso, su campiña), formaría parte del reino de Castilla poco antes que Sevilla.
Estos pactos permitieron la continuidad demográfica en este entorno, aunque sometidos fiscal y militarmente al reino de Castilla. En 1247 cae Carmona y al año siguiente Sevilla. García Fernández señala el sometimiento nominal de la zona del Guadalete, con amplias autonomías de los musulmanes residentes en Jerez y Arcos de la Frontera. Son conocidas las capitulaciones y el asedio de la ciudad de Sevilla, que motivó la expulsión de buena parte de la población hacia el sudeste, el Norte de África o el recién creado reino de Granada. En cuanto a la conquista del entorno de Utrera, se especula con la presencia cristiana en fechas similares a la toma de Cote, Morón de la Frontera o Marchena, situados en los límites del iqlim de Al-Fahs, con cabecera en Facialcazar. En cualquier caso, el topónimo Utrera no aparece hasta 1253, fecha en la que tiene lugar el repartimiento de la campiña de Sevilla entre cortesanos y miembros del séquito real. En cuanto a la población mudéjar, como hemos mencionado, permanecen en sus alquerías y lugares, sometidos al vasallaje castellano. Los autores utreranos clásicos redundan en lo ya mencionado, esto es: Utrera (en este caso, su campiña), formaría parte del reino de Castilla poco antes que Sevilla.
En cuanto a la configuración del espacio que formaría parte de la
incipiente frontera con el reino granadino, García Fernández la describe con
las siguientes características:
1) Relativa presencia mudéjar, al menos hasta la revuelta de 1264.
2) Cercanía con el Reino de Granada.
3) Gran riqueza económica, sobre todo en cereales y ganadería.
4) Vínculo jurisdiccional y político con el Concejo de Sevilla.
5) Escasa población castellana, reducida a los emplazamientos militares.
En relación con el repoblamiento de
Sevilla (Repartimiento de Sevilla, Julio González, 1951), se sabe de la
intervención de Alfonso X en 1253. Se repartieron fundamentalmente heredades de
pan (los conocidos como donadíos menores) a miembros de la milicia, del séquito
real y servidores de la Casa regia. González Jiménez (Sobre los
Orígenes de Utrera y Dos Hermanas, 1997) resalta que los beneficiarios de
las mismas difícilmente pudieron repoblar la zona, al pertenecer al entorno del
rey, y que asumirían las nuevas propiedades de forma nominal. Posiblemente
estos usufructuarios residirían en Sevilla, junto a la Corte. El reparto se
realizó de la siguiente forma: 355 yugadas a 101 criados de Fernando III, 90
yugadas a 15 alcaldes de Alfonso X, 194 yugadas a 66 ballesteros de Fernando
III y 6 yugadas a un oficial del rey. Interesante es la presencia de una
colonia judía como beneficiaria en Facialcazar, como más tarde se verá. En el
término de Utrera se ha observado toponimia referente a
militares que recibirían tierras en el término de Utrera: Nava de los
Ballesteros, La Montera o Los Alguaciles. Ladero
Quesada (1976) señala dos tipos fundamentales de donaciones de tierras a
repobladores en el área de Sevilla, los donadíos y los heredamientos. El
donadío consiste en una donación directa del rey, una recompensa a nobles o
eclesiásticos, con una jurisdicción peculiar. El heredamiento es un conjunto de
inmuebles y tierras que recibe en propiedad un poblador, a cambio de someterse
a los fueros y privilegios de la ciudad. En el libro del Repartimiento, se
aprecia una nómina de pobladores que ocuparon tierras pertenecientes al antiguo
distrito de Al-Fahs, en tierras de Facialcazar, en Alocaz, la Alcantarilla o en
tierras de Utrera. Algunos donadíos fueron obtenidos por Instituciones Eclesiásticas.
Es el caso de los monasterios de Roncesvalles, Trinidad y posiblemente el de
Santa María de las Cuevas, que recibirían en las tierras que aún hoy conservan
el topónimo.
De todo esto, González Jiménez concluye que el topónimo Utrera
sería un pago perteneciente al distrito de Facialcazar. Así es: hacia 1253,
Utrera sería una zona de carácter rural, despoblada y asociada al entorno
poblado más cercano. Se podría pensar que Facialcazar (Salpensa romana, en el
Cerro del Casar) era el núcleo poblado que dominaría la zona durante el segundo
tercio del siglo XIII. La idea de la
inexistencia de Utrera como población se acentúa si atendemos a las
Constituciones del arzobispo de Sevilla Don Remondo de Losana de 1261. El
primer arzobispo de Sevilla de la era castellana divide la archidiócesis en cinco arcedianatos y numerosas parroquias. En estas constituciones,
no se observan beneficios parroquiales en la misma Utrera, si bien, aparecen
parroquias en la Alcantarilla, el Sarro, Facialcazar o Alaquaz, dentro del
arcedianato de Sevilla. Probablemente, estas parroquias también serían
nominales, puesto que la labor pastoral se vería muy limitada si atendemos a la
escasa o nula población cristiana de estos lugares.
Los primeros problemas entre el mundo islámico y cristiano en la recién
estrenada tierra de frontera surgen en 1264. Como se ha mencionado, los
mudéjares permanecen en sus alquerías y lugares rurales. Muchos de ellos fueron
expulsados de sus residencias en poblaciones como Morón (son obligados a
exiliarse en el entorno de Cote, en Xilibar). García Fernández señala
que esos mudéjares no entraban en la política repobladora de Alfonso X, siendo
considerados como enemigo potencial. De este modo, fueron frecuentes las
violaciones de los pactos mediante impuestos gravosos. En este contexto, la población mudéjar de la
campiña y el valle del Guadalete se rebelan contra el rey castellano, alentados
por el reino granadino. La victoria cristiana supuso la expulsión de los
mudéjares y la anulación de los pactos que se originaron durante la conquista.
La consecuencia inmediata fue un retroceso poblacional en toda la campiña de
Utrera. Facialcazar se convierte en un despoblado del que ya no se recuperará
jamás, y se establece la llamada Banda Morisca, una especie de zona baldía
entre Sevilla y la Sierra de Cádiz en la que ya no se rotura la tierra y
aparecen las dehesas (algo similar a lo que sería la Extremadura leonesa hacia
el siglo XI). Esta tierra de frontera hizo inútiles los primeros intentos repobladores
de Alfonso X, planteándose una nueva estrategia que conjugase el deseo de
poblar el reino de Sevilla con su defensa. Es el momento en el que desaparecen
las alquerías y poblados de origen islámico situados en tierras de la Campiña,
convirtiéndose en villares y despoblados. Solo en Utrera, se conocen los
siguientes despoblados: Alocaz, Alimbayán, Atalaya, El Sarro, Facialcazar y
Zarracatín. Vinculado a esta revuelta, tenemos la crónica de Rodrigo Caro (1604).
Caro habla sobre la torre de Utrera y su pertenencia a la Orden de Calatrava, a
cargo del fraile don Aliman, según se extrae de la Crónica de Alfonso X. Hoy se
piensa, y no sin criterio, que en lugar de Utrera, se debió escribir Matrera.
Matrera sí fue concedida en 1256 a la Orden de Calatrava, como avanzadilla
cristiana fortificada, junto a la actual Villamartín. De hecho, la concesión de
tierras y castillos a las órdenes militares fue una práctica usual durante el
siglo XIII, puesto que se trataban de fuerzas de choques formadas por guerreros
que podrían repoblar y defender la frontera, a pesar de la pérdida de tierras
del alfoz de Sevilla. Así, en 1264, la misma Orden de Calatrava recibe Osuna y
en 1279 Cazalla. Otras órdenes fueron la de Santiago (Estepa en 1267) y la de
Alcántara (Morón y Cote en 1279).
La guerra del Estrecho y
la formación de un sistema defensivo
Un nuevo frente se formó a fines del siglo XIII. Se trataba de la
invasión de los benimerines desde el norte de África, que formaban una doble
preocupación militar: al sur, con contínuas razzias de los norteafricanos que
asolaban la cuenca del Guadalete y las tierras de la campiña de Sevilla (la
llamada guerra del Estrecho que dura desde 1275 a 1340, finalizando con la
batalla del Salado); al este y sudeste, la frontera granadina, con frecuentes
entradas de nazaritas para rapiñar ganado e, incluso, prisioneros. Así, desde
el reinado de Sancho IV a Alfonso XI, pasando por el de Fernando IV, se
formaría un entramado defensivo en la que interviene una incipiente nobleza
terrateniente junto al Concejo de Sevilla y la Casa Real. La medida tomada fue
la fortificación de las ciudades y la implantación, muchos de nueva planta, de
castillos y torres vigías en toda la frontera. Se formó, como bien describe
García Fernández, una línea defensiva compuesta por castillos de vanguardia,
torres vigías, castillos señoriales y ciudades de retaguardia. García
Fernández (La Campiña sevillana y la frontera de Granada, siglos
XIII-XV, 2005) sitúa fundamentalmente dos pasos o vías hacia las tierras de
Sevilla:
1) La primera se ubica al sur, en los entornos del valle del
Guadalete y el campo de Matrera. Defendían los accesos a las ciudades de Arcos
y Jerez (ambas con Concejo propio) y a la campiña de Sevilla (con las ciudades
bases de Sevilla, Carmona o Alcalá de Guadaira), por los vados del Guadalete y
por las vías antiguas (Via Augusta). Estos lugares estarían protegidos por los
castillos de vanguardia: el Tempul, Matrera (concedida a la Orden de Calatrava
hasta 1342, momento en el que pasa al Concejo de Sevilla), Espera (que pasó por
varias manos hasta recalar en el Señorío de los Ribera en 1394) y Bornos (que
pasa por varias manos nobiliarias hasta pasar a los Per Afán de Ribera en
1398). Hacia 1327, la frontera se desplaza unos kilómetros al sur, tras la
conquista por parte de Alfonso XI de Olvera (1327) y Teba (1330). En Olvera, se
concede una carta puebla que recoge el derecho de homicianos. Este derecho
suponía el perdón de delitos (como el asesinato) a cambio de vivir un año y un
día en castillos de la frontera. De este modo, se conoce el dicho “Mata al
hombre y vete a Olvera” (extensible como se sabe a Utrera). Olvera, pasa al
señorío de Alfonso Pérez de Guzmán a mediados del siglo XIV y Teba a la Orden
de Santiago. Entre estos castillos y Sevilla, se comienzan a edificar numerosas
atalayas o torres vigías y castillos o reparar las antiguas fortalezas
almohades (casos de Estepa, Morón de la Frontera o Cazalla) por parte del
Concejo de Sevilla, Órdenes Militares o Señores durante el siglo XIV. Forman
parte de una red comunicada visualmente que permitía apercibirse de las
distintas razzias benimerines y granadinas. Estas edificaciones castrales son
las siguientes:
-
Por parte del Concejo de Sevilla:
Las Cabezas, Alcalá de Guadaira, Lebrija, Torre de los Herberos, Gibalbín,
Águila, Bollo, Alcantarilla, Lopera, Troya, Alhocaz, Ventosilla, Utrera y
posiblemente Torremarisma. Estas edificaciones, de gran labor estratégica para
Sevilla, fueron edificadas de nueva planta (Herberos, Águila, Bollo,
Alcantarilla, Lopera, Troya y Utrera) o reedificadas sobre fortalezas
almohades. En ambos casos, era el Concejo hispalense el encargado de su
mantenimiento y de nombrar alcaides, así como de cumplir con varios servicios
militares esenciales. Estos eran las escuchas, atalayas, velas y rondas. En el
caso de la campiña de Utrera, al situarse en una zona muy próxima a la frontera
y, por tanto, duramente castigada por los benimerines y granadinos, estuvo
sujeta a una despoblación considerable, prácticamente limitada a las
edificaciones castrales (lo cual se puede constatar con la lectura del Libro de
la Montería, en el que se aprecia un avance del monte y el matorral sobre las
tierras antiguamente roturadas). Este fue el caso, por ejemplo, de Alhocaz,
cuya cercanía a la frontera y su situación junto a la vía de enlace
Cádiz-Sevilla – y por tanto, su falta de inmunidad ante los ataques
norteafricanos - propiciaron su despoblación hacia mediados del siglo XIV, lo
que se une al fracaso de los intentos repobladores del siglo XIII. García Fernández también señala como causa
del despoblamiento la crisis económica, la carestía de la vida y las revueltas
nobiliarias. Debió ser fundamentalmente este factor el que propició la fundación
de un poblamiento junto al castillo de Utrera, que recibiría pobladores de toda
la campiña (tanto de zonas de realengo,
Alhocaz, como señoriales, Gómez Cardeña). Pudo ser el caso de los judíos
que heredaron en Facialcazar. Es posible que estos se ubicaran en Utrera, un
entorno más protegido y más en retaguardia que empezaba a cobrar cierta
importancia (en Utrera se conoce la existencia de una pequeña judería en lo que
hoy se llama Niño Perdido). No se conoce de la existencia de una carta puebla
para Utrera. No obstante, Utrera, desde su fundación debió recibir el fuero de
Toledo, acompañado de una serie de confirmaciones, privilegios y franquezas.
Una de estas franquezas permitían el desarrollo de actividades ganaderas, con
adehesamientos y prohibiciones de entrada a ganados foráneos. García
Fernández (El Reino de Sevilla en tiempos de Alfonso XI) señala la
existencia en concejos de menor entidad urbana, como el de Utrera, y de mayor
igualación económica social entre sus vecinos, de un concejo abierto, al menos
antes de las reformas realizadas por Alfonso XI. En cuanto a la fecha en la que
se construyen el castillo de Utrera y posterior amurallamiento, no existen
datos concretos. González Jiménez (Sobre los orígenes de Utrera y Dos
Hermanas, 1997) señala que posiblemente dataría de la mayoría de edad de
Alfonso XI - 1325 -, a partir de una iniciativa del Concejo de Sevilla. Esta
decisión estaría encaminada a favorecer la permanencia de tierras bajo la
jurisdicción realenga (y así evitar amputaciones señoriales, como el caso de
Los Molares en 1336). Además, una gran preocupación regia era repoblar la
campiña, zona de gran riqueza en productos de secano, y que facilitaría el
cobro de impuestos, el abastecimiento de cereales en una época de crisis
económica generalizada en todo el reino y, por supuesto, la defensa de Sevilla
en torno al enlace entre Jerez y Sevilla. Todo ello tuvo su gran espaldarazo
con el fin de la Guerra del Estrecho y la conclusión de los ataques de los
benimerines, así como la consolidación de la frontera sur, con la conquista de
Olvera y Teba, y la reconquista de Matrera y su campiña en 1341.
-
Al mismo tiempo, como complemento a las
nuevas políticas repobladoras de la campiña, se concede tierras (incluso con
cartas pueblas de repoblación otorgadas por el rey: fueron más numerosas con
Enrique II) a distintos señores que edifican castillos en todo este
entorno. Estas serían Los Molares (a Lope Gutiérrez de Toledo en 1336), Bao
(1336 a Alvar García de Illas), Coronil (a Ruy Pérez de Esquivel en 1378),
Gómez Cardeña (1371 a Leonor Pérez), Los Palacios (1370 por Fernán González de
Medina), La Membrilla (cedida por Enrique II al caballero sevillano Alfonso
Fernández Marmolejo en 1371), Trebujena (durante el siglo XIV pasa a Guzmán el
Bueno), Espera o Fatetar (que pasa por distintas manos hasta llegar al Señorío
de los Ribera hacia 1394), Marchenilla (Arnao de Solier en 1369), Aguzaderas
(construido en 1348, pasa a la familia Ribera en 1380), Mairena y las torres de
Doña María y Quintos. La implantación de estos señoríos, con carácter
defensivo, repoblador y de explotación económica, tuvo un éxito bastante
relativo, en algunos casos similar o incluso inferior a los intentos
institucionales (Concejo y Reino). El
sistema consistió en la concesión de pueblas a distintos señores de tierras no
cultivadas en zonas de frontera. Así, se formaron grandes propiedades dedicadas
a los cultivos de secano, en algunos
casos compradas a campesinos y heredados de la repoblación del siglo XIII. El
señor construía de nueva planta o reconstruía un castillo o torre que
centralizaba la jurisdicción señorial (que solía ser de una legua alrededor,
como el caso de Los Molares). Al hilo de todo esto, acudían pobladores
campesinos que recibían tierras, casas, molinos o lagares a cambio del pago de
una serie de impuestos, la defensa y estar sometidos a la jurisdicción
señorial. No obstante, buena parte de estas nuevas pueblas fracasaron. Es el
caso de la Torre del Bao o Alhocaz. Otras, como El Coronil, Los Molares o
Marchenilla apenas tuvieron unas decenas de pobladores, por lo general
procedentes del mismo Reino de Sevilla.
-
Del mismo modo, son varias las Órdenes
Militares las que reciben castillos en zonas fronterizas, fundamentalmente
en lugares de riesgo. Entre estas se puede citar Pruna (Orden de Calatrava).
Como se ha mencionado anteriormente, las Órdenes Militares recibieron el
encargo de defender las zonas más alejadas y peligrosas de la Frontera,
aprovechando su carácter militar y su filosofía cercana a las empresas de los
cruzados.
2) La segunda vía sería (seguimos citando a García Fernández)
los vados fronterizos de las Sierra de Montellano, por los cauces del
Guadalporcún, Guadaira, Corbones y Yeguas. Este entorno, que defendía los
accesos a las ciudades bases de Marchena (que desde 1309 se concede a Fernando
Ponce de León, formando el Señorío de Marchena), Osuna (desde 1264 con la Orden
de Calatrava) y Morón de la Frontera (desde 1279 con la Orden de Alcántara), se
encontraba protegido por varias atalayas y castillos intermedios pertenecientes
a Órdenes Militares. Algunas de estas son las siguientes: Cote (de la Orden de
Alcántara), Cazalla o castillo de Luna (Orden de Calatrava) o Estepa (desde
1267 con la Orden de Santiago).
Ambas vías de accesos cuentan con dos características en función de su
localización geográfica. La primera sería el carácter radial de la defensa, de
modo que cada reino (en el caso en que nos ocupa, Sevilla y Córdoba) se
defendería desde su ciudad base y principal en dirección a la frontera, con el
mencionado sistema de castillos refugios, atalayas y castillos de vanguardia.
La segunda hace mención a su disposición paralela. Las atalayas estaban
permanentemente comunicadas visualmente entre sí a partir de señales u hogueras
abarcando, en el caso de la campiña de Sevilla, desde la Sierra de Montellano
hasta las marismas. Por ejemplo, el castillo de Cote, en la Sierra de San Juan
(Montellano), tiene conexión visual con Lopera, en las elevaciones del sur de Utrera. Asímismo, Lopera se
comunica tanto con el Castillo de las Aguzaderas como con la Torre del Bollo. Ésta
con el Águila, el Águila con Troya y Ventosilla, y éstas con el castillo de
Utrera, Alhocaz o incluso la Alcantarilla.
Fin de la guerra del
estrecho. Pugnas nobiliarias y situación de la frontera hasta los RRCC
Tras la toma de Tarifa y Algeciras, y la batalla del Salado,
prácticamente se dio por terminada la Guerra del Estrecho. Tan sólo quedaría la
plaza de Gibraltar, donde muere Alfonso XI al contraer la peste que asolaba a
toda Europa. Ladero Quesada (La Ciudad Medieval, 1980) señala que
la decadencia política de los benimerines, el desinterés aragonés por el
Estrecho, los problemas internos de Castilla y Granada y la crisis económica y
demográfica propiciaron un período de paz entre el nuevo rey de Castilla, Pedro
I, y Muhammad V de Granada. Ambos eran aliados, hasta el punto de defender el
nazarita al bando petrista contra el bando de Enrique de Trastámara (el futuro
Enrique II). De este modo, parece que el rey granadino, en el transcurso de la
guerra civil entre Pedro I y Enrique II, arrasa y saquea Jaén, Úbeda, Córdoba,
Baeza, Osuna o Utrera. Con la victoria final de Enrique II, el régimen señorial
tomaba ventaja, de modo que se respetarían sus privilegios. Es el momento en
que se confirma el poder de las casas de Guzmán, La Cerda o los Ponce de León. Durante
el reinado de Enrique II (el de las mercedes) se vuelven a otorgar nuevos
privilegios y franquezas, como las concedidas a Utrera después de la
devastación sucedida en 1369. Tanto con él como con Juan I, se mantuvo en orden
la frontera. Mayores dificultades se encontrará Enrique III (que vuelve a
otorgar mercedes y franquezas a Utrera), que accede al trono en 1390, momento
en el que afloran las rivalidades nobiliarias en la zona de Andalucía, y que
llevaron al asedio de Utrera por parte de los Ponce de León. Por otra parte, el
nuevo rey de Granada Muhammad VII expedicionó contra el reino de Murcia, lo que
supuso la ruptura de la tregua. En la
campiña se recibieron órdenes del concejo de Sevilla de situar guardas en los
castillos, esperando razzias de los moros de Ronda. El caso es que volvieron
las algaradas, el robo y el pillaje, a pesar de los intentos diplomáticos de
ambas partes (Rojas Gabriel, La Banda Morisca durante el reinado de Enrique
III). En 1403, se ponen nuevas guardas en la zona de Utrera, Lebrija,
Alcalá de Guadaira, Las Cabezas y La Alcantarilla, alertándose de nuevos
movimientos granadinos. Hubo alardes de tropas en Sevilla, acudiendo
posteriormente a Utrera, puesto que se conocían de ataques a fortalezas como
las de Benamejí. Así, el concejo sevillano destinó 2000 maravedís a Fernán
Arias de Saavedra para la defensa de la fortaleza de Utrera. Una de estas
batallas tuvo lugar junto al Guadalete, con victoria cristiana, lo que provocó
maniobras de entrada y huida por parte de los musulmanes de Ronda. En 1405 fue
conquistada por el reino nazarita la fortaleza de Ayamonte, junto a Olvera, lo
que evidenció el carácter bélico entre ambos reinos. Al menos hasta la muerte
de Enrique III, en 1406, la situación era de contínuas razzias granadinas y
contraataques cristianos, con disposición contínua de almogávares en las
distintas fortalezas de la campiña, entre las que destacaba por su lugar en
retaguardia Utrera.
La sucesión fue traumática, debido a la escasa salud
del nuevo rey Juan II y de su condición de menor de edad. La regencia fue
asumida por su hermano Fernando I de Aragón (Fernando de Antequera). Durante
todo el reinado, se sucedieron la contínuas rencillas en la frontera, llevando
a la conquista entre 1407 y 1410 de las plazas de Zahara de la Sierra, de
Ayamonte, Torre Alhaquime, Tavizna y Audita (perdidas estas tres últimas al
poco tiempo), en el entorno de la Sierra de Grazalema; y de Antequera, Cañete
la Real y Torre Ortegícar en la actual provincia de Málaga. No obstante, la
situación de frontera no permitía consolidar la adquisición de estos castillos,
por lo que en algunos casos fueron reconquistados al poco tiempo por las hordas
nazaritas. Habría que esperar a 1433, fecha en la que Juan II y su valido
Álvaro de Luna se encontraban inmersos en distintos enfrentamientos con la Gran
nobleza castellana, para encontrarnos con nuevas conquistas castellanas en el
área de control de Ronda. Así, Ardales y Peña Turón entran en la órbita de lo
que sería el Señorío de Teba. Todas estas campañas hicieron necesaria la
aportación de grandes cantidades de cereales por parte de los campesinos de la
campiña. Utrera fue una de las plazas que soportó con mayor dureza la presencia
de los ejércitos, puesto que se trataba del lugar de reunión de las mesnadas
castellanas que se dirigían a la frontera. De hecho era común la visita a la
Virgen de las Veredas (en el monasterio de San Francisco el Viejo de Utrera)
antes de partir. Uno de los capítulos que afectaron al Reino de Sevilla, e
incluso a Utrera, se originó durante la crisis bélica de 1444 entre Juan II y
los Infantes de Aragón. Cuenta Juan Luis Carriazo (La Casa de Arcos
entre Sevilla y la frontera de Granada, 1374-1474) que durante el asedio de
Enrique de Aragón a Sevilla, el comendador de Morón, Fernando Ponce de León
intentó tomar el 17 de febrero de madrugada Utrera con 300 jinetes, fracasando
al estar alertados los pobladores de la villa.
En 1454, el trono pasa a Enrique IV. Montes Romero-Camacho (Sevilla
y la frontera de Granada durante el reinado de Enrique IV) señala el fin de las
hostilidades en torno a 1458, puesto que en esta fecha tuvo lugar la última
campaña en la que pediría colaboración al Concejo de Sevilla. Así, en 1460 se firmaría una tregua que
duraría hasta 1482. La situación en este período fue básicamente de paz, con
algunos capítulos bélicos aislados, con relaciones constantes entre moros y
cristianos en la frontera, ´dándose el caso de la asistencia conjunta a
mercados y ferias. No obstante, como señala Montes, se mantuvo tanto la defensa
organizada (ciudades bases, atalayas, castillos de vanguardia) como las
instituciones relacionadas con la frontera (Adelantado Mayor – vinculado desde
1396 a los Ribera - , Capitán Mayor – que sustituye al Adelantado -, Alcalde
entre cristianos y moros y los Alfaqueques – que mediaban con los cautivos).
Por parte del Concejo de Sevilla se continuaban financiando la presencia de
soldados en las atalayas y castillos de su alfoz, encargados de distintas
funciones: señalizar los posibles peligros con ahumadas o almenaras, enlaces a
caballo, escuchas (espionaje y contraespionaje), adalides (guías y
organizadores). Los castillos de Sevilla estaban en manos de regidores, lo que
ocasionó discusiones entre los vecinos de los lugares respectivos. En época de
Juan II los regidores del Concejo sevillano solicitaron al rey la continuidad
de este privilegio, a pesar de que algunos se encontraban muy distantes de la
frontera. En estos momentos, los gastos de estas tenencias estaban a cargo del
monarca.
REYES CATÓLICOS Y FIN DE LA FRONTERA
Como señala Paulina Rufo Ysern (Los Reyes Católicos y la
Pacificación de Andalucía, 1988), gran parte de Andalucía se encontraba en una
situación de guerra, debido a los enfrentamientos nobiliarios sucedidos durante
el reinado de Enrique IV. Con los RRCC se pretendió recuperar los castillos y
fortalezas usurpados a a las villas y ciudades, así como conceder perdones y
confirmaciones de mercedes y liquidar las tensiones provocadas por las ansias
de poder de la nobleza. En el entorno del Reino de Sevilla, en época de los
RRCC, destacaron fundamentalmente tres casas nobiliarias consolidadas (Ponce de
León, Guzmán y Ribera) y una emergente (Girón). Los Ponce de León eran
Condes de Arcos de la Frontera, villa obtenida en 1440. Otras villas sujetas a
su jurisdicción eran Zahara de la Sierra (1407), Los Palacios (desde 1400),
Mairena del Alcor, Chipiona, Rota, Cádiz, Isla de León y el Señorío de Marchena
(desde 1309) junto a Paradas. Con la conquista de la sierra de Grazalema
incorporan el Señorío de las Siete villas (Grazalema, Ubrique, Benaocaz,
Villaluenga, Archite, Fátima y Tavizna). Los Ribera eran los titulares
del Ducado de Alcalá de los Gazules y del Adelantamiento de Andalucía. Otras
villas de su titularidad eran Paterna de Ribera, Tarifa, Molares (1430), El
Coronil (1419), Pruna (1457), Espera (1394), Bornos (1398), Aguzaderas (1380) y
el Señorío de Teba (con Ardales y Peña Turón). En 1485 incorporaron Torre
Alhaquime. La Casa de los Guzmán tenía su solar principal en el Ducado
de Medina Sidonia junto al Condado de Niebla. También poseían grandes
propiedades en el Aljarafe o en Cádiz (Rota, Puerto de Santa maría, Chipiona,
Olvera (hasta 1485), Ayamonte o Trebujena. Por último, en la segunda mitad del
siglo XV cobra gran importancia la familia Téllez-Girón, que fundarán la
Casa de Osuna. Así, adquieren Cote y Morón de la Frontera en 1462, el Castillo
de Cazalla o de Luna en 1461, Osuna en 1464 y Olvera en 1485.
Junto a estas ciudades y villas de jurisdicción señorial, muchos de los
Concejos y fortalezas dependientes de los mismos, estaban dominados por los
linajes de los Ponce de León y de los Guzmanes. El duque de Medina Sidonia y
Conde de Niebla, Enrique de Guzmán, dominaba la ciudad de Sevilla y las
fortalezas de Aroche, Fregenal, Aracena, Lebrija, Alanís, Alcantarilla y
Villanueva del Camino. Enrique de Guzmán era proisabelino en la guerra de
sucesión por el trono de Castilla. Por su parte, Rodrigo Ponce de León, Conde
de Arcos y Marqués de Cádiz, enfrentado con Enrique de Guzmán (que expulsó a
Rodrigo de Sevilla), controlaba Alcalá de Guadaira, Jerez de la Frontera y
Constantina. Ante esta circunstancia, los nuevos monarcas se plantearon
recuperar estos castillos y ciudades usurpados por la nobleza, a lo que
accedieron ambos linajes sobre todo con la llegada de la reina a Sevilla. En
estas lides se daría el asedio de las fuerzas reales contra el castillo de
Utrera en 1477, siendo alcaide del mismo Fernando Arias de
Saavedra (junto a Tarifa, Zahara de la Sierra y Matrera). Tras la restitución a
jurisdicción regia de todas estas fortalezas, la reina tomó varias medidas
encaminadas a consolidar la paz en Andalucía. Estas consistieron en el
desmochamiento de varias torres, la adjudicación de la tenencia de algunas
fortalezas a personas de su confianza y la extensión del perdón a los bandos en
litigio, incluído el mariscal Saavedra.
Con la pacificación de Andalucía, los RRCC retoman la conquista del reino
nazarita, con lo que desaparecería definitivamente la frontera y la función
defensiva de las fortalezas de la campiña. Esto facilitó el aumento demográfico
y la consolidación de las pueblas otorgadas desde el siglo XIV, así como la
concesión de otras. El Concejo de
Sevilla promovió nuevos poblamientos en Villamartín, en el campo de Matrera y
Villafranca de las Marismas. De carácter señorial, se conocen los nuevos
poblamientos de Puebla de Cazalla (impulsado por el Conde Ureña y futuro duque
de Osuna) o Paradas (por Juan Ponce de León, señor de Marchena).
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