miércoles, 9 de abril de 2014

PLENA EDAD MEDIA-BAJA EDAD MEDIA CRISTIANA EN LA CAMPIÑA DE UTRERA

Por Antonio Jesús Hormigo Aguilar y Pedro Pérez Quesada



Conquista y repoblación

Hacia 1240, Fernando III inicia la ocupación militar del Valle del Guadalquivir  y su campiña. La mayor parte de las poblaciones islámicas residentes en esta zona no opuso resistencia, rindiéndose a partir de pactos y “pleitesías” (La Campiña Sevillana y la Frontera de Granada, García Fernández, 2005). Así, entre 1240 y 1243 pasaron a poder cristianos Écija, Marchena, Osuna, Estepa, Lora del Río, Cazalla, Cote y Morón de la Frontera.
Estos pactos permitieron la continuidad demográfica en este entorno, aunque sometidos fiscal y militarmente al reino de Castilla. En 1247 cae Carmona y al año siguiente Sevilla. García Fernández señala el sometimiento nominal de la zona del Guadalete, con amplias autonomías de los musulmanes residentes en Jerez y Arcos de la Frontera. Son conocidas las capitulaciones y el asedio de la ciudad de Sevilla, que motivó la expulsión de buena parte de la población hacia el sudeste, el Norte de África o el recién creado reino de Granada.  En cuanto a la conquista del entorno de Utrera, se especula con la presencia cristiana en fechas similares a la toma de Cote, Morón de la Frontera o Marchena, situados en los límites del iqlim de Al-Fahs, con cabecera en Facialcazar. En cualquier caso, el topónimo Utrera no aparece hasta 1253, fecha en la que tiene lugar el repartimiento de la campiña de Sevilla entre cortesanos y miembros del séquito real. En cuanto a la población mudéjar, como hemos mencionado, permanecen en sus alquerías y lugares, sometidos al vasallaje castellano. Los autores utreranos clásicos redundan en lo ya mencionado, esto es: Utrera (en este caso, su campiña), formaría parte del reino de Castilla poco antes que Sevilla.

En cuanto a la configuración del espacio que formaría parte de la incipiente frontera con el reino granadino, García Fernández la describe con las siguientes características:

1)      Relativa presencia mudéjar, al menos hasta la revuelta de 1264.
2)      Cercanía con el Reino de Granada.
3)      Gran riqueza económica, sobre todo en cereales y ganadería.
4)      Vínculo jurisdiccional y político con el Concejo de Sevilla.
5)      Escasa población castellana, reducida a los emplazamientos militares.

En relación con el repoblamiento de Sevilla (Repartimiento de Sevilla, Julio González, 1951), se sabe de la intervención de Alfonso X en 1253. Se repartieron fundamentalmente heredades de pan (los conocidos como donadíos menores) a miembros de la milicia, del séquito real y servidores de la Casa regia. González Jiménez (Sobre los Orígenes de Utrera y Dos Hermanas, 1997) resalta que los beneficiarios de las mismas difícilmente pudieron repoblar la zona, al pertenecer al entorno del rey, y que asumirían las nuevas propiedades de forma nominal. Posiblemente estos usufructuarios residirían en Sevilla, junto a la Corte. El reparto se realizó de la siguiente forma: 355 yugadas a 101 criados de Fernando III, 90 yugadas a 15 alcaldes de Alfonso X, 194 yugadas a 66 ballesteros de Fernando III y 6 yugadas a un oficial del rey. Interesante es la presencia de una colonia judía como beneficiaria en Facialcazar, como más tarde se verá. En el término de Utrera se ha observado toponimia referente a militares que recibirían tierras en el término de Utrera: Nava de los Ballesteros, La Montera o Los Alguaciles. Ladero Quesada (1976) señala dos tipos fundamentales de donaciones de tierras a repobladores en el área de Sevilla, los donadíos y los heredamientos. El donadío consiste en una donación directa del rey, una recompensa a nobles o eclesiásticos, con una jurisdicción peculiar. El heredamiento es un conjunto de inmuebles y tierras que recibe en propiedad un poblador, a cambio de someterse a los fueros y privilegios de la ciudad. En el libro del Repartimiento, se aprecia una nómina de pobladores que ocuparon tierras pertenecientes al antiguo distrito de Al-Fahs, en tierras de Facialcazar, en Alocaz, la Alcantarilla o en tierras de Utrera. Algunos donadíos fueron obtenidos por Instituciones Eclesiásticas. Es el caso de los monasterios de Roncesvalles, Trinidad y posiblemente el de Santa María de las Cuevas, que recibirían en las tierras que aún hoy conservan el topónimo.

De todo esto, González Jiménez concluye que el topónimo Utrera sería un pago perteneciente al distrito de Facialcazar. Así es: hacia 1253, Utrera sería una zona de carácter rural, despoblada y asociada al entorno poblado más cercano. Se podría pensar que Facialcazar (Salpensa romana, en el Cerro del Casar) era el núcleo poblado que dominaría la zona durante el segundo tercio del siglo XIII. La  idea de la inexistencia de Utrera como población se acentúa si atendemos a las Constituciones del arzobispo de Sevilla Don Remondo de Losana de 1261. El primer arzobispo de Sevilla de la era castellana divide la archidiócesis en cinco arcedianatos y numerosas parroquias. En estas constituciones, no se observan beneficios parroquiales en la misma Utrera, si bien, aparecen parroquias en la Alcantarilla, el Sarro, Facialcazar o Alaquaz, dentro del arcedianato de Sevilla. Probablemente, estas parroquias también serían nominales, puesto que la labor pastoral se vería muy limitada si atendemos a la escasa o nula población cristiana de estos lugares.


Los primeros problemas entre el mundo islámico y cristiano en la recién estrenada tierra de frontera surgen en 1264. Como se ha mencionado, los mudéjares permanecen en sus alquerías y lugares rurales. Muchos de ellos fueron expulsados de sus residencias en poblaciones como Morón (son obligados a exiliarse en el entorno de Cote, en Xilibar). García Fernández señala que esos mudéjares no entraban en la política repobladora de Alfonso X, siendo considerados como enemigo potencial. De este modo, fueron frecuentes las violaciones de los pactos mediante impuestos gravosos.  En este contexto, la población mudéjar de la campiña y el valle del Guadalete se rebelan contra el rey castellano, alentados por el reino granadino. La victoria cristiana supuso la expulsión de los mudéjares y la anulación de los pactos que se originaron durante la conquista. La consecuencia inmediata fue un retroceso poblacional en toda la campiña de Utrera. Facialcazar se convierte en un despoblado del que ya no se recuperará jamás, y se establece la llamada Banda Morisca, una especie de zona baldía entre Sevilla y la Sierra de Cádiz en la que ya no se rotura la tierra y aparecen las dehesas (algo similar a lo que sería la Extremadura leonesa hacia el siglo XI). Esta tierra de frontera hizo inútiles los primeros intentos repobladores de Alfonso X, planteándose una nueva estrategia que conjugase el deseo de poblar el reino de Sevilla con su defensa. Es el momento en el que desaparecen las alquerías y poblados de origen islámico situados en tierras de la Campiña, convirtiéndose en villares y despoblados. Solo en Utrera, se conocen los siguientes despoblados: Alocaz, Alimbayán, Atalaya, El Sarro, Facialcazar y Zarracatín. Vinculado a esta revuelta, tenemos la crónica de Rodrigo Caro (1604). Caro habla sobre la torre de Utrera y su pertenencia a la Orden de Calatrava, a cargo del fraile don Aliman, según se extrae de la Crónica de Alfonso X. Hoy se piensa, y no sin criterio, que en lugar de Utrera, se debió escribir Matrera. Matrera sí fue concedida en 1256 a la Orden de Calatrava, como avanzadilla cristiana fortificada, junto a la actual Villamartín. De hecho, la concesión de tierras y castillos a las órdenes militares fue una práctica usual durante el siglo XIII, puesto que se trataban de fuerzas de choques formadas por guerreros que podrían repoblar y defender la frontera, a pesar de la pérdida de tierras del alfoz de Sevilla. Así, en 1264, la misma Orden de Calatrava recibe Osuna y en 1279 Cazalla. Otras órdenes fueron la de Santiago (Estepa en 1267) y la de Alcántara (Morón y Cote en 1279).



La guerra del Estrecho y la formación de un sistema defensivo

Un nuevo frente se formó a fines del siglo XIII. Se trataba de la invasión de los benimerines desde el norte de África, que formaban una doble preocupación militar: al sur, con contínuas razzias de los norteafricanos que asolaban la cuenca del Guadalete y las tierras de la campiña de Sevilla (la llamada guerra del Estrecho que dura desde 1275 a 1340, finalizando con la batalla del Salado); al este y sudeste, la frontera granadina, con frecuentes entradas de nazaritas para rapiñar ganado e, incluso, prisioneros. Así, desde el reinado de Sancho IV a Alfonso XI, pasando por el de Fernando IV, se formaría un entramado defensivo en la que interviene una incipiente nobleza terrateniente junto al Concejo de Sevilla y la Casa Real. La medida tomada fue la fortificación de las ciudades y la implantación, muchos de nueva planta, de castillos y torres vigías en toda la frontera. Se formó, como bien describe García Fernández, una línea defensiva compuesta por castillos de vanguardia, torres vigías, castillos señoriales y ciudades de retaguardia. García Fernández (La Campiña sevillana y la frontera de Granada, siglos XIII-XV, 2005) sitúa fundamentalmente dos pasos o vías hacia las tierras de Sevilla:

1)      La primera se ubica al sur, en los entornos del valle del Guadalete y el campo de Matrera. Defendían los accesos a las ciudades de Arcos y Jerez (ambas con Concejo propio) y a la campiña de Sevilla (con las ciudades bases de Sevilla, Carmona o Alcalá de Guadaira), por los vados del Guadalete y por las vías antiguas (Via Augusta). Estos lugares estarían protegidos por los castillos de vanguardia: el Tempul, Matrera (concedida a la Orden de Calatrava hasta 1342, momento en el que pasa al Concejo de Sevilla), Espera (que pasó por varias manos hasta recalar en el Señorío de los Ribera en 1394) y Bornos (que pasa por varias manos nobiliarias hasta pasar a los Per Afán de Ribera en 1398). Hacia 1327, la frontera se desplaza unos kilómetros al sur, tras la conquista por parte de Alfonso XI de Olvera (1327) y Teba (1330). En Olvera, se concede una carta puebla que recoge el derecho de homicianos. Este derecho suponía el perdón de delitos (como el asesinato) a cambio de vivir un año y un día en castillos de la frontera. De este modo, se conoce el dicho “Mata al hombre y vete a Olvera” (extensible como se sabe a Utrera). Olvera, pasa al señorío de Alfonso Pérez de Guzmán a mediados del siglo XIV y Teba a la Orden de Santiago. Entre estos castillos y Sevilla, se comienzan a edificar numerosas atalayas o torres vigías y castillos o reparar las antiguas fortalezas almohades (casos de Estepa, Morón de la Frontera o Cazalla) por parte del Concejo de Sevilla, Órdenes Militares o Señores durante el siglo XIV. Forman parte de una red comunicada visualmente que permitía apercibirse de las distintas razzias benimerines y granadinas. Estas edificaciones castrales son las siguientes:

-          Por parte del Concejo de Sevilla: Las Cabezas, Alcalá de Guadaira, Lebrija, Torre de los Herberos, Gibalbín, Águila, Bollo, Alcantarilla, Lopera, Troya, Alhocaz, Ventosilla, Utrera y posiblemente Torremarisma. Estas edificaciones, de gran labor estratégica para Sevilla, fueron edificadas de nueva planta (Herberos, Águila, Bollo, Alcantarilla, Lopera, Troya y Utrera) o reedificadas sobre fortalezas almohades. En ambos casos, era el Concejo hispalense el encargado de su mantenimiento y de nombrar alcaides, así como de cumplir con varios servicios militares esenciales. Estos eran las escuchas, atalayas, velas y rondas. En el caso de la campiña de Utrera, al situarse en una zona muy próxima a la frontera y, por tanto, duramente castigada por los benimerines y granadinos, estuvo sujeta a una despoblación considerable, prácticamente limitada a las edificaciones castrales (lo cual se puede constatar con la lectura del Libro de la Montería, en el que se aprecia un avance del monte y el matorral sobre las tierras antiguamente roturadas). Este fue el caso, por ejemplo, de Alhocaz, cuya cercanía a la frontera y su situación junto a la vía de enlace Cádiz-Sevilla – y por tanto, su falta de inmunidad ante los ataques norteafricanos - propiciaron su despoblación hacia mediados del siglo XIV, lo que se une al fracaso de los intentos repobladores del siglo XIII.  García Fernández también señala como causa del despoblamiento la crisis económica, la carestía de la vida y las revueltas nobiliarias. Debió ser fundamentalmente este factor el que propició la fundación de un poblamiento junto al castillo de Utrera, que recibiría pobladores de toda la campiña (tanto de zonas de realengo,  Alhocaz, como señoriales, Gómez Cardeña). Pudo ser el caso de los judíos que heredaron en Facialcazar. Es posible que estos se ubicaran en Utrera, un entorno más protegido y más en retaguardia que empezaba a cobrar cierta importancia (en Utrera se conoce la existencia de una pequeña judería en lo que hoy se llama Niño Perdido). No se conoce de la existencia de una carta puebla para Utrera. No obstante, Utrera, desde su fundación debió recibir el fuero de Toledo, acompañado de una serie de confirmaciones, privilegios y franquezas. Una de estas franquezas permitían el desarrollo de actividades ganaderas, con adehesamientos y prohibiciones de entrada a ganados foráneos. García Fernández (El Reino de Sevilla en tiempos de Alfonso XI) señala la existencia en concejos de menor entidad urbana, como el de Utrera, y de mayor igualación económica social entre sus vecinos, de un concejo abierto, al menos antes de las reformas realizadas por Alfonso XI. En cuanto a la fecha en la que se construyen el castillo de Utrera y posterior amurallamiento, no existen datos concretos. González Jiménez (Sobre los orígenes de Utrera y Dos Hermanas, 1997) señala que posiblemente dataría de la mayoría de edad de Alfonso XI - 1325 -, a partir de una iniciativa del Concejo de Sevilla. Esta decisión estaría encaminada a favorecer la permanencia de tierras bajo la jurisdicción realenga (y así evitar amputaciones señoriales, como el caso de Los Molares en 1336). Además, una gran preocupación regia era repoblar la campiña, zona de gran riqueza en productos de secano, y que facilitaría el cobro de impuestos, el abastecimiento de cereales en una época de crisis económica generalizada en todo el reino y, por supuesto, la defensa de Sevilla en torno al enlace entre Jerez y Sevilla. Todo ello tuvo su gran espaldarazo con el fin de la Guerra del Estrecho y la conclusión de los ataques de los benimerines, así como la consolidación de la frontera sur, con la conquista de Olvera y Teba, y la reconquista de Matrera y su campiña en 1341.

-          Al mismo tiempo, como complemento a las nuevas políticas repobladoras de la campiña, se concede tierras (incluso con cartas pueblas de repoblación otorgadas por el rey: fueron más numerosas con Enrique II) a distintos señores que edifican castillos en todo este entorno. Estas serían Los Molares (a Lope Gutiérrez de Toledo en 1336), Bao (1336 a Alvar García de Illas), Coronil (a Ruy Pérez de Esquivel en 1378), Gómez Cardeña (1371 a Leonor Pérez), Los Palacios (1370 por Fernán González de Medina), La Membrilla (cedida por Enrique II al caballero sevillano Alfonso Fernández Marmolejo en 1371), Trebujena (durante el siglo XIV pasa a Guzmán el Bueno), Espera o Fatetar (que pasa por distintas manos hasta llegar al Señorío de los Ribera hacia 1394), Marchenilla (Arnao de Solier en 1369), Aguzaderas (construido en 1348, pasa a la familia Ribera en 1380), Mairena y las torres de Doña María y Quintos. La implantación de estos señoríos, con carácter defensivo, repoblador y de explotación económica, tuvo un éxito bastante relativo, en algunos casos similar o incluso inferior a los intentos institucionales (Concejo y Reino).  El sistema consistió en la concesión de pueblas a distintos señores de tierras no cultivadas en zonas de frontera. Así, se formaron grandes propiedades dedicadas a  los cultivos de secano, en algunos casos compradas a campesinos y heredados de la repoblación del siglo XIII. El señor construía de nueva planta o reconstruía un castillo o torre que centralizaba la jurisdicción señorial (que solía ser de una legua alrededor, como el caso de Los Molares). Al hilo de todo esto, acudían pobladores campesinos que recibían tierras, casas, molinos o lagares a cambio del pago de una serie de impuestos, la defensa y estar sometidos a la jurisdicción señorial. No obstante, buena parte de estas nuevas pueblas fracasaron. Es el caso de la Torre del Bao o Alhocaz. Otras, como El Coronil, Los Molares o Marchenilla apenas tuvieron unas decenas de pobladores, por lo general procedentes del mismo Reino de Sevilla.
-          Del mismo modo, son varias las Órdenes Militares las que reciben castillos en zonas fronterizas, fundamentalmente en lugares de riesgo. Entre estas se puede citar Pruna (Orden de Calatrava). Como se ha mencionado anteriormente, las Órdenes Militares recibieron el encargo de defender las zonas más alejadas y peligrosas de la Frontera, aprovechando su carácter militar y su filosofía cercana a las empresas de los cruzados.

2)      La segunda vía sería (seguimos citando a García Fernández) los vados fronterizos de las Sierra de Montellano, por los cauces del Guadalporcún, Guadaira, Corbones y Yeguas. Este entorno, que defendía los accesos a las ciudades bases de Marchena (que desde 1309 se concede a Fernando Ponce de León, formando el Señorío de Marchena), Osuna (desde 1264 con la Orden de Calatrava) y Morón de la Frontera (desde 1279 con la Orden de Alcántara), se encontraba protegido por varias atalayas y castillos intermedios pertenecientes a Órdenes Militares. Algunas de estas son las siguientes: Cote (de la Orden de Alcántara), Cazalla o castillo de Luna (Orden de Calatrava) o Estepa (desde 1267 con la Orden de Santiago).

Ambas vías de accesos cuentan con dos características en función de su localización geográfica. La primera sería el carácter radial de la defensa, de modo que cada reino (en el caso en que nos ocupa, Sevilla y Córdoba) se defendería desde su ciudad base y principal en dirección a la frontera, con el mencionado sistema de castillos refugios, atalayas y castillos de vanguardia. La segunda hace mención a su disposición paralela. Las atalayas estaban permanentemente comunicadas visualmente entre sí a partir de señales u hogueras abarcando, en el caso de la campiña de Sevilla, desde la Sierra de Montellano hasta las marismas. Por ejemplo, el castillo de Cote, en la Sierra de San Juan (Montellano), tiene conexión visual con Lopera, en las elevaciones  del sur de Utrera. Asímismo, Lopera se comunica tanto con el Castillo de las Aguzaderas como con la Torre del Bollo. Ésta con el Águila, el Águila con Troya y Ventosilla, y éstas con el castillo de Utrera, Alhocaz o incluso la Alcantarilla.




Fin de la guerra del estrecho. Pugnas nobiliarias y situación de la frontera hasta los RRCC

Tras la toma de Tarifa y Algeciras, y la batalla del Salado, prácticamente se dio por terminada la Guerra del Estrecho. Tan sólo quedaría la plaza de Gibraltar, donde muere Alfonso XI al contraer la peste que asolaba a toda Europa. Ladero Quesada (La Ciudad Medieval, 1980) señala que la decadencia política de los benimerines, el desinterés aragonés por el Estrecho, los problemas internos de Castilla y Granada y la crisis económica y demográfica propiciaron un período de paz entre el nuevo rey de Castilla, Pedro I, y Muhammad V de Granada. Ambos eran aliados, hasta el punto de defender el nazarita al bando petrista contra el bando de Enrique de Trastámara (el futuro Enrique II). De este modo, parece que el rey granadino, en el transcurso de la guerra civil entre Pedro I y Enrique II, arrasa y saquea Jaén, Úbeda, Córdoba, Baeza, Osuna o Utrera. Con la victoria final de Enrique II, el régimen señorial tomaba ventaja, de modo que se respetarían sus privilegios. Es el momento en que se confirma el poder de las casas de Guzmán, La Cerda o los Ponce de León. Durante el reinado de Enrique II (el de las mercedes) se vuelven a otorgar nuevos privilegios y franquezas, como las concedidas a Utrera después de la devastación sucedida en 1369. Tanto con él como con Juan I, se mantuvo en orden la frontera. Mayores dificultades se encontrará Enrique III (que vuelve a otorgar mercedes y franquezas a Utrera), que accede al trono en 1390, momento en el que afloran las rivalidades nobiliarias en la zona de Andalucía, y que llevaron al asedio de Utrera por parte de los Ponce de León. Por otra parte, el nuevo rey de Granada Muhammad VII expedicionó contra el reino de Murcia, lo que supuso la ruptura de la tregua.  En la campiña se recibieron órdenes del concejo de Sevilla de situar guardas en los castillos, esperando razzias de los moros de Ronda. El caso es que volvieron las algaradas, el robo y el pillaje, a pesar de los intentos diplomáticos de ambas partes (Rojas Gabriel, La Banda Morisca durante el reinado de Enrique III). En 1403, se ponen nuevas guardas en la zona de Utrera, Lebrija, Alcalá de Guadaira, Las Cabezas y La Alcantarilla, alertándose de nuevos movimientos granadinos. Hubo alardes de tropas en Sevilla, acudiendo posteriormente a Utrera, puesto que se conocían de ataques a fortalezas como las de Benamejí. Así, el concejo sevillano destinó 2000 maravedís a Fernán Arias de Saavedra para la defensa de la fortaleza de Utrera. Una de estas batallas tuvo lugar junto al Guadalete, con victoria cristiana, lo que provocó maniobras de entrada y huida por parte de los musulmanes de Ronda. En 1405 fue conquistada por el reino nazarita la fortaleza de Ayamonte, junto a Olvera, lo que evidenció el carácter bélico entre ambos reinos. Al menos hasta la muerte de Enrique III, en 1406, la situación era de contínuas razzias granadinas y contraataques cristianos, con disposición contínua de almogávares en las distintas fortalezas de la campiña, entre las que destacaba por su lugar en retaguardia Utrera.
La sucesión fue traumática, debido a la escasa salud del nuevo rey Juan II y de su condición de menor de edad. La regencia fue asumida por su hermano Fernando I de Aragón (Fernando de Antequera). Durante todo el reinado, se sucedieron la contínuas rencillas en la frontera, llevando a la conquista entre 1407 y 1410 de las plazas de Zahara de la Sierra, de Ayamonte, Torre Alhaquime, Tavizna y Audita (perdidas estas tres últimas al poco tiempo), en el entorno de la Sierra de Grazalema; y de Antequera, Cañete la Real y Torre Ortegícar en la actual provincia de Málaga. No obstante, la situación de frontera no permitía consolidar la adquisición de estos castillos, por lo que en algunos casos fueron reconquistados al poco tiempo por las hordas nazaritas. Habría que esperar a 1433, fecha en la que Juan II y su valido Álvaro de Luna se encontraban inmersos en distintos enfrentamientos con la Gran nobleza castellana, para encontrarnos con nuevas conquistas castellanas en el área de control de Ronda. Así, Ardales y Peña Turón entran en la órbita de lo que sería el Señorío de Teba. Todas estas campañas hicieron necesaria la aportación de grandes cantidades de cereales por parte de los campesinos de la campiña. Utrera fue una de las plazas que soportó con mayor dureza la presencia de los ejércitos, puesto que se trataba del lugar de reunión de las mesnadas castellanas que se dirigían a la frontera. De hecho era común la visita a la Virgen de las Veredas (en el monasterio de San Francisco el Viejo de Utrera) antes de partir. Uno de los capítulos que afectaron al Reino de Sevilla, e incluso a Utrera, se originó durante la crisis bélica de 1444 entre Juan II y los Infantes de Aragón. Cuenta Juan Luis Carriazo (La Casa de Arcos entre Sevilla y la frontera de Granada, 1374-1474) que durante el asedio de Enrique de Aragón a Sevilla, el comendador de Morón, Fernando Ponce de León intentó tomar el 17 de febrero de madrugada Utrera con 300 jinetes, fracasando al estar alertados los pobladores de la villa.

En 1454, el trono pasa a Enrique IV. Montes Romero-Camacho (Sevilla y la frontera de Granada durante el reinado de Enrique IV) señala el fin de las hostilidades en torno a 1458, puesto que en esta fecha tuvo lugar la última campaña en la que pediría colaboración al Concejo de Sevilla.  Así, en 1460 se firmaría una tregua que duraría hasta 1482. La situación en este período fue básicamente de paz, con algunos capítulos bélicos aislados, con relaciones constantes entre moros y cristianos en la frontera, ´dándose el caso de la asistencia conjunta a mercados y ferias. No obstante, como señala Montes, se mantuvo tanto la defensa organizada (ciudades bases, atalayas, castillos de vanguardia) como las instituciones relacionadas con la frontera (Adelantado Mayor – vinculado desde 1396 a los Ribera - , Capitán Mayor – que sustituye al Adelantado -, Alcalde entre cristianos y moros y los Alfaqueques – que mediaban con los cautivos). Por parte del Concejo de Sevilla se continuaban financiando la presencia de soldados en las atalayas y castillos de su alfoz, encargados de distintas funciones: señalizar los posibles peligros con ahumadas o almenaras, enlaces a caballo, escuchas (espionaje y contraespionaje), adalides (guías y organizadores). Los castillos de Sevilla estaban en manos de regidores, lo que ocasionó discusiones entre los vecinos de los lugares respectivos. En época de Juan II los regidores del Concejo sevillano solicitaron al rey la continuidad de este privilegio, a pesar de que algunos se encontraban muy distantes de la frontera. En estos momentos, los gastos de estas tenencias estaban a cargo del monarca.




REYES CATÓLICOS Y FIN DE LA FRONTERA

Como señala Paulina Rufo Ysern (Los Reyes Católicos y la Pacificación de Andalucía, 1988), gran parte de Andalucía se encontraba en una situación de guerra, debido a los enfrentamientos nobiliarios sucedidos durante el reinado de Enrique IV. Con los RRCC se pretendió recuperar los castillos y fortalezas usurpados a a las villas y ciudades, así como conceder perdones y confirmaciones de mercedes y liquidar las tensiones provocadas por las ansias de poder de la nobleza. En el entorno del Reino de Sevilla, en época de los RRCC, destacaron fundamentalmente tres casas nobiliarias consolidadas (Ponce de León, Guzmán y Ribera) y una emergente (Girón). Los Ponce de León eran Condes de Arcos de la Frontera, villa obtenida en 1440. Otras villas sujetas a su jurisdicción eran Zahara de la Sierra (1407), Los Palacios (desde 1400), Mairena del Alcor, Chipiona, Rota, Cádiz, Isla de León y el Señorío de Marchena (desde 1309) junto a Paradas. Con la conquista de la sierra de Grazalema incorporan el Señorío de las Siete villas (Grazalema, Ubrique, Benaocaz, Villaluenga, Archite, Fátima y Tavizna). Los Ribera eran los titulares del Ducado de Alcalá de los Gazules y del Adelantamiento de Andalucía. Otras villas de su titularidad eran Paterna de Ribera, Tarifa, Molares (1430), El Coronil (1419), Pruna (1457), Espera (1394), Bornos (1398), Aguzaderas (1380) y el Señorío de Teba (con Ardales y Peña Turón). En 1485 incorporaron Torre Alhaquime. La Casa de los Guzmán tenía su solar principal en el Ducado de Medina Sidonia junto al Condado de Niebla. También poseían grandes propiedades en el Aljarafe o en Cádiz (Rota, Puerto de Santa maría, Chipiona, Olvera (hasta 1485), Ayamonte o Trebujena. Por último, en la segunda mitad del siglo XV cobra gran importancia la familia Téllez-Girón, que fundarán la Casa de Osuna. Así, adquieren Cote y Morón de la Frontera en 1462, el Castillo de Cazalla o de Luna en 1461, Osuna en 1464 y Olvera en 1485.

Junto a estas ciudades y villas de jurisdicción señorial, muchos de los Concejos y fortalezas dependientes de los mismos, estaban dominados por los linajes de los Ponce de León y de los Guzmanes. El duque de Medina Sidonia y Conde de Niebla, Enrique de Guzmán, dominaba la ciudad de Sevilla y las fortalezas de Aroche, Fregenal, Aracena, Lebrija, Alanís, Alcantarilla y Villanueva del Camino. Enrique de Guzmán era proisabelino en la guerra de sucesión por el trono de Castilla. Por su parte, Rodrigo Ponce de León, Conde de Arcos y Marqués de Cádiz, enfrentado con Enrique de Guzmán (que expulsó a Rodrigo de Sevilla), controlaba Alcalá de Guadaira, Jerez de la Frontera y Constantina. Ante esta circunstancia, los nuevos monarcas se plantearon recuperar estos castillos y ciudades usurpados por la nobleza, a lo que accedieron ambos linajes sobre todo con la llegada de la reina a Sevilla. En estas lides se daría el asedio de las fuerzas reales contra el castillo de Utrera  en 1477,  siendo alcaide del mismo Fernando Arias de Saavedra (junto a Tarifa, Zahara de la Sierra y Matrera). Tras la restitución a jurisdicción regia de todas estas fortalezas, la reina tomó varias medidas encaminadas a consolidar la paz en Andalucía. Estas consistieron en el desmochamiento de varias torres, la adjudicación de la tenencia de algunas fortalezas a personas de su confianza y la extensión del perdón a los bandos en litigio, incluído el mariscal Saavedra.

Con la pacificación de Andalucía, los RRCC retoman la conquista del reino nazarita, con lo que desaparecería definitivamente la frontera y la función defensiva de las fortalezas de la campiña. Esto facilitó el aumento demográfico y la consolidación de las pueblas otorgadas desde el siglo XIV, así como la concesión de otras.  El Concejo de Sevilla promovió nuevos poblamientos en Villamartín, en el campo de Matrera y Villafranca de las Marismas. De carácter señorial, se conocen los nuevos poblamientos de Puebla de Cazalla (impulsado por el Conde Ureña y futuro duque de Osuna) o Paradas (por Juan Ponce de León, señor de Marchena).





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